No acostumbro a solazarme ante los espejos. La conciencia más o menos clara de que el físico no es mi mejor arma me hace pasar indiferente ante mi reflejo. Pero el espíritu del ejercicio me anima a detenerme unos instantes ante mi estampa, y me sorprendo al descubrir una cara a la que los rasgos adolescentes abandonan como ratas al barco hundido.
Ya me lo había advertido madre hace apenas unos días con una frase demoledora: «estás cogiendo cara de viejo». Y la verdad sea dicha, las líneas del rostro se van endureciendo, la sonrisa parece más irónica que franca, la mirada de asombro está siendo desplazada por la del aburrimiento; sufro, en suma, la mutación inevitable de la que tanto solía burlarme.
«El tiempo es uno para todos; más temprano que tarde el agua sigue el curso del río» parece decirme ese prospecto de señor que tengo delante. Madre mía, si hasta miren cómo estoy escribiendo.
Chama. Hace rato pasé por esa estación, pero te entiendo. Antier mismo pensaba en eso.
Ah! Ahora me entiendes?! Bienvenido, casi te estaba esperando 😉
Hum, ya veo a lo que te referías.