Este es un texto un poco viejito, que me reencontré mirando papeles, y que pienso quizá diga algo todavía, aunque las pruebas de la universidad quedaron definitivamente detrás.
Alguna emisora perdida en el dial de la radio lanza la voz de Billie Holiday envuelta en un sentimental jazz que me hace olvidar mis deberes estudiantiles (la noche es joven, el contenido poco, y siempre queda la opción mundialista de agosto), y me recuerda la inmensa soledad que envuelve esta casa cada vez más grande en la que me disuelvo minuto a minuto.
Las notas de un piano desgarrado por la noche, el alcohol y las desilusiones me trasladan a la barra de un bar oscuro, donde un whisky mortífero atenuado por dos trozos de iceberg me hunde en un pozo de paredes impenetrables y sin escalas.
En una esquina suena Billie, majestuosa, y las revoluciones del vinilo marcan el paso de mis silenciosos tragos. Delicadamente, casi como una disculpa, se apaga esa melodiosa voz.
El final de la canción, me devuelve a mi silla, a mis ejercicios. El programa termina, la emisora termina. Es medianoche y mi mano busca afanosamente entre las ondas sonidos que logren mantenerme en exacto estado de éxtasis que la cantante noctámbula ha producido en mí. Es inútil. Nada alcanza las orillas del inabarcable mar que la Holiday ha llenado. Resignado, vuelvo a mis tareas. La magia del jazz se disuelve como mi volátil whisky, entre rocas de hielo y cuestiones gramaticales.
Miércoles, 1 de julio 12:24 a.m.
Bueno, la music no es lo mío, pero ahora la stoy escuchando en youtube.
con cariño, PRI.
La Dama engancha, siempre. Es la voz más regia que he tenido el placer de escuchar. Y me alegra que hagas la tarea, querido Lomanegra.