Regreso al cine

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Es temporada de Festival. Temporada de marcar en el diario las 100 películas que queremos ver, de galopar 23 arriba y 23 abajo desde las 9 de la mañana hasta pasada la medianoche, cumpliendo un cronograma que nos parecería imposible y ridículo si se tratara de cualquier otra cosa. Temporada de sacar vacaciones bajo la manga, de venir desde cualquier rincón del país para quedarse en casa de esa tía que solo vemos en esta época del año y que no nos cae demasiado bien, todo para poder disfrutar de diez días ininterrumpidos de gran pantalla. Temporada de comer pan con perro o de llevar tu refrigerio a cuestas, de dormir poco o casi nada, o de dormitar durante los filmes que no logran atraparnos (no conozco mejor calificador para una película que el nivel de sueño que provoca a un espectador en una sala). Temporada de cruzarse con las celebridades locales y extranjeras como si fuéramos una versión tropical y descafeinada de Cannes. Temporada de colas interminables e histeria colectiva para ver los filmes cubanos que luego se mosquean en todas las salas de barrio durante meses, al mismo tiempo que buena parte de la más destacada realización cinematográfica mundial del año pasa inadvertida para casi todos excepto para el puñado de fanáticos de siempre. Temporada de desempolvar las bufandas y ahogarse con ellas a pesar de los inexcusables –con mucha suerte– 25 grados de temperatura. Temporada de acabar el día en un bar Esperanza que a pesar del nombre que lleva siempre deja un sabor agridulce. Temporada de respirar, caminar, comer, conversar, amar, odiar, soñar en clave de cine.

Nos vemos en las butacas.

Haydée nuestra que estás en la Casa

 

nuestra haydée fotograma

El 28 de julio de 1980 la muerte y la tristeza le dieron finalmente alcance a Haydée Santamaría Cuadrado. El pistoletazo de arrancada de la persecución tuvo lugar un 26 de julio de 1953, tras el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en Oriente, en donde fueron torturados más allá del horror y luego asesinados su hermano Abel Santamaría y su novio Boris Luis Santa Coloma. Aunque algo de ella también se fue por el caño ese día, su ternura -y ya esto basta para considerarla un ser extraordinario- siguió viva. Por sensibilidad lo dio todo, dijo ella misma en una ocasión; por sensibilidad siguió combatiendo la dictadura y luchando desde su bastión de Casa de las Américas para que la Revolución fuera hogar y fuente de belleza para todo el continente.

Si a las 5 de la tarde del pasado 28 de abril alguien me hubiera dicho que no quedarían asientos libres en la Sala Che Guevara para ver la premier del documental Nuestra Haydée, de la periodista Esther Barroso, me hubiera echado a reír. A carcajada limpia. ¿Qué tiene que decirnos a 35 años de su muerte Haydée Santamaría? Uno podría pensar que casi nada, que ya pasó de moda y pertenece a los tiempos en que Revolución se escribía con mayúsculas, pero no, Haydée sigue convocando. A tal punto que la Guevara devino un lugar de encuentro de antiguos amigos y compañeros, de intelectuales y simpes curiosos, de ancianos y jóvenes, otra vez un vórtice en el que los acentos de todo el continente se funden.

Los asistentes pudieron apreciar durante 57 minutos las valoraciones de colegas y otras personas cercanas, así como archivos fílmicos y sonoros escasamente divulgados de (y sobre) una de las personalidades más magnéticas de la Revolución cubana. Es este un filme sobre el amor que no abandonó nunca a aquella muchacha del Central Constancia, sobre su mirada capaz de atravesarlo todo, como si estuviera buscando siempre la verdad más allá de la superficie, sobre su huella indeleble en cuantos la trataron.

Aun con la acertada selección de entrevistados, al mirar Nuestra Haydée, se extrañan testimonios como los de Armando Hart, Melba Hernández y Fidel Castro; testigos excepcionales en su vida que pueden contribuir a “explicar por qué llegó a ser quien fue, por qué hizo las cosas que hizo y develar así los rasgos esenciales de su personalidad”, para decirlo a la manera de la propia directora Barroso.

A pesar de este y otros cuestionamientos posibles, estamos en presencia de una película memorable. Porque no intenta totalizar sino que elige un camino y es consecuente. Porque muestra un ser humano y sus acciones y reflexiona en torno a estas sin caer en juicios inútiles. Porque por encima de sus carencias resulta demasiado fuerte –y es bueno que así sea, y eso es un mérito indiscutible– su capacidad de evocación.

Al finalizar la proyección de Nuestra Haydée, un larguísimo y extenso aplauso resonó por varios minutos en la sala. Y seamos honestos, el aplauso no era –o no lo era solo, o no lo era principalmente- para el documental y sus creadores. El aplauso era para Haydée. Haydée, que como apunta Ana Niria Albo en la película, no tiene ninguna foto o frase suya en las paredes de 3ra y G. Haydée, que nunca se fue. Que siempre está en Casa.

Gilbertman, o cuando se confunde la leche y la magnesia

Fotograma del video clip "No hay break"
Fotograma del video clip «No hay break»

Alejandro Menénez Vega, el Mene, no solo es uno de los fotógrafos más talentosos de mi generación que conozco, sino también un tipo que respeto mucho. Por su trabajo y por su honestidad. Porque va a lo suyo, y no arma bulla mientras le modela las imágenes que conforman su obra. Por eso me alegra que me considere su socio, por eso siempre que lo veo en algún concierto u otra actividad lo recibo con una sonrisa, no solo porque me alegra encontrármelo sino también por la certeza de que habrá un buen testimonio gráfico de lo que allí pasó.

Hoy abrí Facebook y me encontré un comentario suyo en el que expone las razones por las que -como parte del equipo de realización del video clip de «No hay break», de Gilbertman- decidieron darle una estética gansteril a ese filme. Tras leerlas decidí cederle el espacio de este blog, como he hecho antes, porque sus palabras tal vez no las recojan La Jiribilla o Cubadebate, pero tienen el sencillo valor de la justicia.

PD: Mene, el video no es lo peor del audiovisual cubano, pero sí que está malo… 😉

«Es una historia de ficción sobredimensionada por la malla contextual en la que cayó»

por Alejandro Menéndez Vega

Este «review» sobre el caso de Gilbert es finalmente un análisis de la imagen audiovisual que se construyó, más puntualmente en el video No hay break. Yo soy uno de sus realizadores.

Desconozco si esta era la imagen que quería representar Gilbert, fue la que a nosotros (los realizadores) nos pareció más interesante para ese tema. Nunca se nos pidió que aparecieran armas, dinero, violencia, etc.

Esa fue la historia que decidimos contar, al margen de los cantantes que hicieron el tema y aparecen en el video. Desconocíamos el origen de su dinero… tampoco nos preocupamos por averiguarlo. Otras cosas he visto que igual asombrarían a más de uno en nuestra humilde Cuba y están «permitidas» y legitimadas.

Siempre los consideramos actores del argumento que narraríamos y personajes de la obra audiovisual: Una historia de doble traición para lograr «escalar» en un mundo de ficción que queríamos construir. Sí, un mundo de matones, tráfico, ostentación, etc, pero que no era calco de realidad concreta alguna.

Obviamente la elección de trabajar con adolescentes no fue casual, eso le brindaba más crudeza a la historia y la hacía aún más punzante. No trabajamos con Chala, trabajamos con el actor Armando. Chala es un personaje que él asumió (construyó) maravillosamente en un film y que claramente nos permitió comprender que podía ser el personaje que necesitábamos, pero él no salió del aula de Carmela para ir a filmar ese video clip. Salió de su casa y de su propia realidad que en nada se parece a la del film Conducta y menos aún a la del video clip.

No hay break no es un modelo de valores corruptos, no es una obra cuya pretensión sea promover la violencia, no es una arenga, una denuncia o un retrato social. Es una historia de ficción sobredimensionada por la malla contextual en la que cayó. Tal vez sea la peor obra audiovisual de la historia del clip cubano, tal vez sea la de peor gusto, pero no nació para apoyar «la guerra cultural del reguetón cubano». Si de esos valores se trata, si de esa supuesta «guerra» estamos hablando, cualquier espacio cinematográfico de la TV actual los ahonda mucho más. Basta ver los últimos 10 films del sábado en la noche para ver la colección de descuartizados, baleados, atropellados, etc. Basta esto para comprender que, independientemente del espacio físico dónde fueron realizados y de la pericia técnica y narrativa de sus realizadores, la violencia y «el universo marginal» es un elemento cautivador, recurrente y natural de la obra audiovisual. En esos films no nos cuestionamos «la realidad» de lo narrado porque nos parecen contextos distantes, enajenados y de culturas que nada tienen que ver con la nuestra. Cuando son puestos en Guanabacoa y con pandillas enfrentándose nos escandalizamos.

Hay una mezcla, a mi entender innecesaria, en este artículo entre el producto audiovisual (al menos aquel del cual soy responsable) y la “guerra cultural contra el socialismo”. Yo soy cubano, formado en una sociedad que se repetía a sí misma que era socialista y que aún no se ha encontrado en la definición. Jamás he golpeado ni a una mosca y no quiero una nación violenta, superficial, ni que reniegue de sus valores culturales e históricos. El socialismo vs capitalismo está fuera de mis discursos o preocupaciones desde hace largo tiempo, pero añoro una mejor y más justa sociedad, independientemente del espectro político en el que sea encauzada. Este video jamás evaluó nada ni cercano a estos temas y se realizó enteramente desde el interior de la isla.

Nos valimos de elementos (también del clip contemporáneo) para realizar un clip regodeado en la violencia, pero sin pretensión de promoverla. ¿O es que Romain Gavras está promoviendo la violencia con sus clips? Salvo las gigantescas distancias que no separan de sus espectaculares video clips en lo artístico, técnico y productivo. No pretendo comparar nuestro malogrado clip con estas obras, pero al igual que en estos, las armas son artificiales, la sangre es coloreada, los “golpeados” son dobles de acción, el dinero es papel de libreta y la violencia es una pensada coreografía.

A Gilbert le “tocará” por sus acciones lo que la justa ley determine y a eso no me puedo oponer. La exactitud de sus males se me escapa y tal vez el tiempo nos sea clarificador. Yo solo asumo aquello de lo que me siento responsable; un clip que ha provocado una ira desmesurada. Sin significar esto que me arrepienta o que crea que hay algo inmoral en hacer una obra de ficción como esta, cierto es que hubiese preferido que la sensación de realidad no fuera tan alta y que “el discurso moral” no se hubiese malinterpretado tanto.

Games of Thrones III: Eppur si muove

Quienes nos visitan con cierta regularidad se habrán dado cuenta de lo mucho que nos encantan los trabajos de Jot Down sobre cine y el audiovisual en general. Ahora que ha concluido la tercera temporada de la última obsesión colectiva de este lado del planeta, Rubén Díaz Caviedes presenta una excelente y completa reseña sobre esta entrega. Prefiero ahorrarme los preámbulos y dejarlos con el texto de Caviedes.


Juego de tronos III: osos, chulos y señoronas
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No lo parece porque pertenece a la Orden del Imperio Británico, tiene la voz así como retumbona y además interpreta a Tywin Lannister, pero el actor Charles Dance es un cachondo mental. Tanto que en el programade Jonathan Ross, cuando fue de promoción y explicó a la audiencia de Reino Unido la primera impresión que le causó Juego de Tronos al verla, contó que se quedó pasmado con la cantidad de folleteo —y perdón por la traducción, porque su expresión original, infinitamente más rica, fue “rumpy pumpy” que contenía. Muchorumpy pumpy, aseguró, y además a lo perrito, para más funfún. Doggy fashioned, dijo. Y flip wallop, que, si no me equivoco, sería algo así como decir que toma, venga, dale, raca. Y Jonathan Ross, claro, casi echa el hígado allí de la risa. Esa fue la elocuente descripción que hizo Dance de la serie de televisión a la que se incorporaría más tarde y que tiene loco, pero loco, a medio Occidente.
Si la primera temporada de Juego de Tronos funcionó como un largo prólogo de Canción de Hielo y Fuego y estableció para el espectador las reglas del juego homónimo siete reinos seudomedievales, mucho cabrón,rumpy pumpy todos con todos, magia pero poca y aquí los protagonistas se pueden morir y la segunda nos permitió conocer fundamentalmente al autor, la tercera ha sido sin duda la que mejor ha desvelado la propia tramoya de la adaptación. Lo dijo el mismo George R. R. Martin y lo dijo muy bien, como suele, en el preestreno en Los Angeles de la tercera temporada, cuya emisión acabó este lunes: “Esperemos que haya grandes sorpresas y momentos emocionantes en cada uno de los episodios. Desde luego ese es nuestro objetivo cuando hacemos el show”.
Precisamente para cumplir con ese objetivo cuando más complicado se les empieza a poner, la tercera temporada de Juego de Tronos adapta el tercer libro de la saga, Tormenta de espadas, pero solo hasta la mitad, e incorpora además tramas del segundo y del quinto, trastocando por primera vez la limpieza con la que se adaptó el primer volumen, Juego de Tronos, y el segundo, Choque de reyes. No es nada por lo que no pasasen las editoriales antes que la HBO, por cierto, que en su día en el año 2000, cuando se publicó ya tuvieron que dividir las casi 1200 páginas de Tormenta de espadas en varios tomos para salir al mercado. Es un tocho, en efecto. La más larga de las novelas de Canción de Hielo y Fuego hasta hoy y sin duda aquella en la que ocurren más giros.
La buena noticia para los televidentes, en particular para los afortunados que no hayan leído los libros y no sepan aún lo que ocurre en Tormenta de espadas, es que David Benioff y D. B. Weiss han dejado lo gordo del libro, la mayor parte de estos giros, para la cuarta temporada. La mala es que, si uno lo piensa un poco, tampoco te creas tú que han pasado demasiadas cosas en la tercera. No, al menos, del calibre al que nos tiene acostumbrados la serie.
(Y aquí es cuando empiezan los SPOILERS de la tercera temporada, por cierto. Como dijo Roose Bolton, el que avisa no es traidor)
La mayor parte de los personajes no han hecho durante estos diez capítulos más que patearse Westeros a buen ritmo, caminando hacia un destino físico que se marcaron al final de la segunda temporada o al principio de la tercera y alcanzándolo, sin más, en el último capítulo. Así lo han hecho Bran y Rickon Stark, por ejemplo, yendo de Invernalia al Muro; Sam Tarly, volviendo del Norte al Muro; o Jaime Lannister y Brienne de Tarth, llegando finalmente a Desembarco del Rey. ¿Y? Pues nada más, en realidad. Mucho truquito por el camino para no aburrir al personal que si un caminante blanco, que si ahora un oso, que si ahora te corto la mano, pero poca acción pertinente. Lo que sea que vayan a hacer estos personajes en sus destinos lo veremos a partir de la cuarta temporada.
Nada que reprochar, por supuesto, a los hábiles demiurgos de Juego de tronos, en particular porque trabajan en continuidad y porque se trata, a fin de cuentas, de que miremos al pajarito. Si al principio decíamos que en la tercera temporada es cuando se le han visto realmente los andamios a la adaptación es porque, en esta ocasión, los guionistas han tenido que reajustar más que nunca las velocidades de las tramas que concentran la acciónfundamentalmente la de Jon Nieve, la de Daenerys Targaryen y la de Robb y Catelyn Stark para conseguir que se sucedan en pantalla en lugar de simultanearse y no dejarnos ningún día, o casi ninguno, sin nuestra ración de shock. En televisión la khaleesi ejecutó la acción al principio de la temporada estamos hablando de Astapor y los Inmaculados, Jon Nieve recogió el testigo a la mitad estamos hablando de infiltrarse entre los salvajes y escalar el Muro y Robb y Catelyn Stark lo hicieron al final estamos hablando de lo que todos sabemos que estamos hablando. Ha sido gracias a estas tres tramas que todos los demás personajes han sobrevivido a efectos narrativos y que los guionistas han conseguido amenizar lo que podría haber sido, no nos engañemos, un perfecto mondongo.
Teniendo en cuenta estas observaciones personales generales que son observaciones, son personales y son generales, quede repetido por si acaso hiciese falta, procedemos ahora a honrar la que es una tradición ya en esta casa y comentar los aciertos y patinazos de la tercera temporada de Juego de tronos.
Aciertos:
It’s a trap!
Nos gusta pensar que personajes carismáticos como Tyrion Lannister o Brienne de Tarth son los que más mueven nuestra empatía, pero eso es solo lo que nos gusta pensar. Con independencia de quién nos caiga mejor o cuál sea nuestro favorito, el personaje verdaderamente universal, aquel que cataliza la visión del espectador en su propia visión del mundo y en el que nos convertimos más y mejor al pisar Westeros una vez a la semana es, o era, Catelyn Stark. La conocemos demasiado, más que a ningún otro personaje, para que sea de otra manera. Es demasiado real, demasiado de verdad. Se parece demasiado, en resumen, a nuestras madres.
El de madre, precisamente, es el rol que más ha desempeñado Catelyn en esta temporada, después de ser fundamentalmente una viuda en la segunda y una esposa en la primera. Catelyn Stark, de soltera Tully, ha recorrido así todos los roles que le reservaba su papel de gran matrona en Juego de Tronos y así ha pasado, claro, lo que ha pasado. Que se le han acabado y que un Frey, un sucio y asqueroso Frey, le rajó el cuello en la espectacular Boda Roja que Conan O’Brien denominó hace unos días ante el mismísimo George R. R. Martin “lo más impresionante que se ha visto en televisión quizá nunca y, desde luego, desde hace mucho, mucho tiempo”.
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Es complicado hablar de la Boda Roja sin incurrir en unos spoilers del copón, ya que ni los norteños olvidarán, como predijo Tyrion en el último capítulo, ni los dioses perdonarán el pecado de traicionar bajo techo a un invitado, como auguró Bran poco después. Esta matanza reverberará en Canción de hielo y fuego y durante mucho tiempo. Tanto que sabrán disculpar y agradecerán, con el tiempo que no le dediquemos aquí mucho más espacio.
Dragones de verdad
Personalmente llevo tres temporadas una detrás de otra temiendo que los dragones Drogon, Rhaegal y Viserion, hasta hoy fundamentalmente tres lagartijas con alas, se convirtieran al crecer en tres perros pequineses albinos gigantes mágicos voladores. No sería la primera vez que ocurre.
Pero no, gracias a los Siete. Por lo que parece los dragones en Juego de tronos, cuyos primeros rasgos distintivos hemos podido ver en esta temporada entre ellos los cuernos, que les han salido ya, las aletas espinadas y hasta los agujeritos en la boca por los que escupen fuego, no tendrán ese aspecto estilizado y alargado, como de ofidio, al que tanto recurren los escritores y los ilustradores y que tan mal quedan al insuflarles movimiento, fundamentalmente porque contradicen principios muy gordos de la aerodinámica.
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Que Drogon, Rhaegal y Viserion iban a ser tres bestias más robustas que elegantes, más tres águilas que tres garzas, es algo que nos podíamos imaginar gracias a las calaveras que vimos en la primera temporada, que tenían bastante más que ver con el Draco de Dragonheart –un dragón estupendo, por cierto– o el tiranosaurio deParque Jurásico que con los animales góticos que describen los libros. Aun así yo lo celebro igual, porque esto ha sido como cuando nos enteramos de que nos ha rozado un meteorito gigantesco una vez ya ha pasado de largo: hemos estado a un tris, pero a un tris, de que nos colasen gato por esto.
Ollena Redwyne, tormenta de señoronas
Es un hecho ampliamente contrastado que Ollena Redwyn mola un ciento. Nadie pedía convertir Juego de tronosen La princesa prometida, pero un poquito de comedia se estaba echando en falta desde hace tiempo y eso es lo que ha aportado la matriarca de los Tyrell, interpretada y muy bien por Diana Rigg, que los británicos conocen bien por su papel en Los Vengadores y que a nosotros quizá nos suena más de cuando salió en 1969 en 007 al servicio de Su Majestad.
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Del mismo modo que la televisión le ha sentado fatal a Sansa Stark no es que en los libros sea un personaje fascinante, pero lo de la Sansa televisiva empieza a no tener nombre, algunos personajes han llegado a mejorar con su adaptación en pantalla y Ollena Tyrell es una de ellas. En los libros es deslenguada, sí, desafiante y muy de conspirar, pero en la televisión han tenido el acierto de convertirla además en una mujer inteligente y, a través de eso, en una mujer divertida.
Los hermanitos Reed
Jojen Reed es un personaje muy peculiar en los libros y llevarlo a la pantalla llevarlo a la pantalla bien, se entiende era bastante complicado. Es un niño que apenas ha llegado a la pubertad pero ha visto ya de todo en sus sueños verdes, incluyendo el día y la forma en que morirá. También ha visto numerosos episodios del pasado y es muy sabio, por tanto, pero a la vez inexperto, lo que explica su dependencia de su hermana mayor, Meera, en los asuntos prácticos de la vida, como que no te maten y cosas así. Cuando llega a Invernalia en las novelas la Vieja Tata le pone a Jojen el sobrenombre de “el pequeño abuelo”, con que hagámonos una idea.
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Hay gente muy enfadada porque Jojen y Meera Reed aparecieran en la tercera temporada en lugar de en la segunda, que es cuando les correspondía. Jojen heredero de la Casa Reed, los señores de la Atalaya de Aguasgrises llega a Invernalia junto a su hermana poco después de la caída de Ned Stark para reconocer a Robb como rey, y allí les sorprende la traición de Theon Greyjoy. Se esconden en las criptas del castillo junto a Bran, Rickon, Osha y Hodor y huyen con ellos hacia el Muro. En la serie, sin embargo, los hermanos Reed alcanzan a los otros cuatro cuando ya van hacia el Norte.
La espera, sin embargo, que llevó a algunos a sospechar incluso que los Reed iban a ser amputados de Juego de Tronos, ha valido la pena. El chico este, Thomas Brodie-Sangster, está estupendo como Jojen, seguramente porque viene de una familia de actores es primo de Hugh Grant o algo así, tiene 23 años ya, ahí donde le ves, y la voz bien curtida de locutar, entre otros para Doctor Who y poniéndole voz a Ferb, de Phineas y Ferb, desde hace más de seis años. Por su propia naturaleza Jojen corría el riesgo de aparecer un repelente niño Vicente y sin embargo el joven actor que además interpreta a un niño pequeño, recordemos ha conseguido cogerle el punto preciso entre estar de vuelta de todo y a la vez no estarlo, cosa que se agradece porque su personaje, como se ha visto en la tercera, ha llegado para quedarse.
Este plano
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La redención de Melisandre
Todo el que haya visto Juego de tronos desde que le hicieron a Ned Stark las ingles brasileñas se ha preguntado lo mismo en algún momento u otro: ¿pero esto cómo va a seguir, si se han cargado a todos los buenos? La respuesta, ahora lo sabemos, está en el reciclaje. George R. R. Martin va incorporando nuevos personajes, sí, pero sobre todo recicla moralmente a algunos de los que ya existen en el plano principal y les hace cambiar de bando, reequilibrando constantemente el déficit de buenos con malos conversos.
En esta temporada ha ocurrido con Theon Greyjoy que de malo que era en la segunda temporada, tras su traición, vuelve a ser bueno y con Jaime Lannister, por ejemplo. No hablamos de ver la luz, claro está, ni de sumarse a la causa de los que mejor nos caen, que asumimos que son la Targaryen y los Stark. Hablamos de lo que hablamos cuando hablamos de buenos y malos en la ficción, que es de si gozan o no de la empatía del espectador. Si queremos que triunfen, son buenos, y si queremos que fracasen, son malos. Es algo terriblemente simple.
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El mejor modo de hacer buenos en Juego de tronos es obligándoles a prestar atención a la Guardia de la Noche, y eso es lo que ha hecho Melisandre, contra todo pronóstico, en el último capítulo. Un minuto antes queríamos arrastrarla de los pelos y un minuto después, de repente, se ha convertido en el primer activo de Rocadragón, convenciendo a Stannis Baratheon de que asista al Muro en su guerra en general, de que haga algo productivo con su vida y de que le perdone la vida a Davos Seaworth, el carismático Caballero de la Cebolla. No está mal para alguien que parió una sombra maligna asesina y acabó así con el apuesto Renly Baratheon, único rey medio decente que aspiraba a la plaza.
Patinazos:
Joffrey Baratheon, el nuevo Aerys Targaryen
Queridos David Benioff y D. B. Weiss, dos puntos: Joffrey es el nuevo Aerys Targaryen. Lo pillamos. Nos queda claro, gracias. No hace falta que insistáis, de verdad. George R. R. Martin ya le dio diálogos muy buenos con su madre para que nos diésemos cuenta de que es un niño no solo repelentito, sino que además está algo cucú de la cabeza. Por su culpa murió Dama, la huargo de Sansa, a la propia Sansa la trae por el caminito de la amargura y al final ordenó ejecutar al mismísimo Ned Stark. Nada menos, quiero decir.
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Teniendo en cuenta que además es gilipollas y que ha intentado matar a Tyrion, con eso bastaba. No hace falta meterse en jardines, hacer crescendos absurdos y que al final la criatura asaete contra la cama a una prostituta, nada menos, que os habéis sacado de la manga. Corréis el peligro de insistir tanto en lo mal que esté de la maceta que al final Joffrey, fijaos lo que os digo, va a molar. Y para cuando le queráis matar porque queréis restregárnoslo antes mucho por la cara pero también matarlo, se os ve el plumero desde hace tres temporadas, a lo mejor algunos de nosotros ya no queremos que le matéis. Es un consejo que os doy, sin más.
Daario Naharis, soy un truhán, soy un señor
Dudo que tenga una cláusula en su contrato para no aparecer desnudo”. Lo decía con sorna un aficionado enuno de los grandes mentideros en internet de Juego de Tronos al enterarse de que Ed Skrein, actor y rapero británico, había sido contratado para interpretar en la serie a Daario Naharis, el capitán de la compañía de mercenarios que se une a la causa de Daenerys a las puertas de Yunkai. Otro lector esperaba que en la serie respetasen el peculiar aspecto físico del personaje, en particular su barba teñida de azul. “Cosas como esas contribuyen a mostrar la enorme diferencia entre Essos el continente oriental y Westeros”, añadía.
En el libro, en efecto, Daario es un tipo con la nariz ganchuda, un diente de oro, la melena y la barba teñidas de azulla barba, además, rematada en tres puntasbigote rubio y un estrafalario traje amarillo, pero en la serie, oh sorpresa, resulta que no. Por alguna razón, han decidido dejarse de exotismos y poner directamente a un tiarrón canónico salido del póster central de la Súper Pop.
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Lo peor no es que Daario sea de repente un hunk de manual, imberbe y con dos hoyuelos como dos cráteres de Chicxulub o que esto tenga rabiando a los fans por la internet procelosa: lo peor es que al actor que lo interpreta, el tal Ed Skrain, le duele la cara de ser tan guapo. Mira subiendo los párpados de abajo, pone morritos y ejecuta constantemente un juego de cejas seductor como diciendo hey, nena, soy un truhán, soy un señor, que te saca automáticamente del universo de Juego de Tronos. No parece el capitán de los Cuervos de Tormenta, quiero decir, sino el último ligue de Samantha en Sexo en Nueva York. Le falta solo guiñar a cámara y que le brille un diente, clin. La razón de la transformación no se le escapa a nadie: a Daario lo veremos enseñando cacha y será, seguramente, más pronto que tarde. No en vano aparece en la serie mediante dos escenas que no existían en los libros —una en la que habla con los otros comandantes y otra en la que se cuela sigilosamente en la tienda de la reina y en las dos, por hache o por be, alguien acaba enseñando la runfeta.
La insoportable levedad de Loras
A Loras Tyrell le jodieron pero bien en la segunda temporada, cuando se cargaron a Renly Baratheon. Primero en el guión, quitándole su reacción al enterarse de la muerte de Renly un momento de furia que protagonizó en su lugar Brienne de Tarth, como ya explicó Josep Lapidario en su repaso de la segunda temporada y después en la edición del episodio, descartando del montaje la escena en la que llora por la muerte de Renly y le confiesa a su hermana Margaery que lo quería. Es algo que se vio en los DVD, pero no en la televisión.
En la tercera temporada el Caballero de las Flores tampoco se ha llevado una secuencia, por breve que fuera, que nos permita conocerlo un poco más, algo que empieza a resultar urgente teniendo en cuenta la emergencia de su casa y un detalle revelador que conocimos en la conversación entre Olenna Redwyne y Tiwyn Lannister. Cuando él la amenaza con nombrar a Loras miembro de la Guardia Real si no se casa con Cersei, le dice: “Nunca se casará, nunca tendrá hijos y el apellido Tyrell se desvanecerá”. Salvo improbable giro, por tanto, en la serie no existen ni su hermano Willas Tyrell el heredero de Altojardín, con quien pretenden casar a Sansa en los libros ni su otro hermano, también mayor, Garlan Tyrell. El Loras televisivo no es el varón menor de los Tyrell, sino el primogénito de su casa y su heredero.
Y, sin embargo, ¿qué mueve al “orgullo de Altojardín”, como lo llama su abuela? ¿El interés, como a su hermana, y por eso se lió con Renly? ¿El amor honesto, por el contrario, y por lo tanto no se involucró en la lucha por el Trono de Hierro, sino que se vio envuelto en ella siguiendo a Renly? ¿El empeño por liderar su casa, de la que es heredero, apoyado en las mujeres Tyrell? ¿El empeño por no hacerlo, ya que es homosexual en un mundo en el que no puede serlo y prefiera aprovechar el liderazgo de su hermana y su abuela para pasar desapercibido? Para los televidentes ninguna de estas preguntas tiene respuesta, ya que a Loras le han recortado tanto por una parte y le han añadido tanto por la otra que se ha convertido en un personaje funcional, uno cogido con alfileres que siempre pasaba por allí. Pasaba por allí cuando le sedujo Oliver, el espía de Meñique, y pasaba por allí cuando decidieron casarlo con Cersei Lannister, en ambos casos para actuar como correa de transmisión de tramas que a su personaje, en realidad, ni le van ni le vienen.
La boda de Farruquito
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Porque esta, amigos, no es manera de acabar una temporada.
(Tomado de Jot Down Magazine)
También recomendamos las reseñas a las temporadas anteriores:
Cómo convencer a un escéptico de que debería ver Juego de Tronos
Choque de reyes en la AP-7: Juego de Tronos II