Eclipse total

Hace media hora se me iba un P1 en la parada. Y yo creía que ya era un comienzo de semana bastante malo. Hasta que recibí un mensaje: «Se nos fueron gunter grass y galeano».

Debería estar prohibido algo así, que tanta poesía se vaya en un mismo fogonazo es como declarar la noche en todos los rincones del mundo a la vez.

gunter-grass-eduardo-galeano

El Cañonazo 2015 VII (corte del director)

Día 7 y 8

Estoy cansado. Tanto que tuve que empatar un día con otro en este diario, y no por falta de tiempo para escribirlo, sino por falta de ganas y tranquilidad para darle un mínimo de coherencia a mis ideas. Estos eventos intensos que demandan iguales cuotas de esfuerzos diarios se asemejan a las carreras de medio fondo en las que hay que combinar rapidez y resistencia. Y ya llegamos al último tercio, donde el cuerpo es un manojo de huesos y músculos repletos de ácido lácteo, y uno no sabe si se mueve por sus propias fuerzas o por pura inercia del organismo.

Imperceptiblemente, se han espaciado los tiempos de entrega de los textos, las revisiones de Disamis y mías se distienden, Tamara termina de diseñar cada vez más tarde. Y no se le puede echar la culpa a nadie más que al tiempo transcurrido, a la progresiva acumulación de esfuerzo que como pesas de gimnasio van sumándose a nuestras espaldas.

Hay un par de imágenes que me recuerdan nuestro derrumbe. La primera es literaria, una frase de Lemebel en Tengo miedo torero, en la que la Loca del Frente dice de su casa –y parece hablar de nosotros– que era  “algo así como un campo de batalla sembrado de vacíos restos”.

La otra imagen se me repite cada noche en La Cabaña. Pasadas las nueve, después del cañonazo, cuando ya cerraron ambas ferias –la del libro y la otra, la del todo el año, la de las baratijas y souvenirs–, frente a la Sala de Prensa donde está nuestra guerrillera redacción se arremolinan un montón de bolsas plásticas y papeles en rumoroso tropel. Las huellas de una guerra en la que somos una suerte de estetas de la muerte, armadores de barcos cadavéricos que zarpan rumbo a la mañana, sin más bendición que la de una partida de muchachos felices.

El Cañonazo 2015 VI (corte del director)

Día 6

Ayer fue un día de luces y sombras, de fugaz visita de D. (compramos libros!!!) y posteriores recriminaciones justas, de cervezas y trabajos cancelados, de casi terminar temprano y acabar corrigiendo una fenomenal etarra en la portada. Vamos, lo que se dice una jornada cualquiera en El Cañonazo.

En conjunto creo que fue un buen día, D. y yo nos hicimos de unos cuantos libros valiosos y en la noche cerramos el número cantando canciones de Silvio, Serú Girán y viejos boleros acompañados por mi guitarra desafinada. Qué más se puede pedir.

Entre los libros que compramos está Tengo miedo torero, de Pedro Lemebel, la misma edición que esa mañana me había prestado Tamara. Cosas de la vida. Hay un pasaje, de los tantos pasajes memorables de la novela, en la que la Loca del Frente le ha preparado una fiesta sorpresa a Carlos. “¿Se parece a Cuba?”, le susurra cómplice y emocionada la Loca al estudiante, y tuve que parar la lectura.

Yo, que debo tener algo de alma de roto, me imaginé la pena dulce de ese chiquillo, me imaginé el esfuerzo de la vieja pájara enamorada por pintarle un pedazo de Cuba y una fiesta de cumpleaños de puros niños, de pobreza compartida, de cake subido cuatro pisos y ensalada fría y algún refresco y si había suerte un par de fotos que se revelaban quién sabe cuándo, y ahí estamos mi hermana y yo posando para la instantánea, y Yujen y Javier Méjica, y Cutú y Alexander, con los que me peleaba una vez al mes, y Nayara, la responsable de mis primeras fantasías eróticas, y yo no puedo seguir leyendo porque ese acto de patética belleza de la Loca del Frente me recuerda esa otra patética belleza de mi infancia Período Especial.

El Cañonazo 2015 IV (corte del director)

Día 4

Me gusta la sala Lezama. Es un buen lugar para estar sin hacer nada, sin causa aparente, dejando pasar el tiempo mientras se miran las grietas en sus superficies de madera, hierro y roca. Cuando La Cabaña se transmuta en sede de la FIL, y la fortaleza es un hormiguero de madres arrastrando sus pequeños miembros de la infantería de Atila, una sucesión de pandillas de jóvenes escandalosos intentando hablar más alto que sus escandalosos celulares en altavoz, de gente, en suma, con ganas de ver y tocar todo lo que se pueda ver y tocar, la sala Lezama viene a ser un refugio durante la tormenta.

La José Lezama Lima es –no podía ser de otra manera– la sala por antonomasia de la poesía. Esa discreta capilla que casi nunca alberga en sus presentaciones más de 30 personas es el lugar indicado para tomar aire un sábado al mediodía en la Feria. Y para cruzarte con Reina María Rodríguez. Y para escuchar a Eduardo Langagne leer sus poemas. Y para enamorarnos del silencio.

Porque en la Lezama y su reino de silencio las palabras caen de a poco, como el agua mana de los ríos nacientes, y uno puede tocarlas y jugar con ellas y hacer malabares. En una era en la que somos, en mayor o menor medida, súbditos del ruido en todas sus formas, es invaluable contar con un surtidor de silencio y palabras precisas para echárnoslos en los bolsillos, como esas estampas que llevan los soldados bajo la chaqueta para combatir los terrores de la guerra.

El Cañonazo 2015 II (corte del director)

Día 2

Otro día entregando con buen tiempo. Y sigo sin acostumbrarme. No sé, me parece que somos como esos tripulantes de primera clase en el Titanic que derrochaban la vida y sus lujos sin saber que ese, su enésimo viaje transoceánico, sería el último. Pero hasta ahora el mar está en calma y el horizonte es hermoso y el champaña espumea como nunca.

Hoy fue nuestro primer reencuentro, y desde temprano afloraron las viejas rencillas, las inevitables fricciones. La principal causa de nuestros males, el espacio. Es prácticamente imposible que 13 personas puedan, no ya trabajar, sino siquiera cohabitar en 10 metros cuadrados. Si dicen que en toda pequeña población es posible encontrar todas las glorias y miserias humanas, imaginen si la concentramos en un cubículo de esas dimensiones.

La verdad es que, si de mí dependiera, conseguiría un local lo bastante decente como para albergar a esa pandilla de locos que me secundan y me ayudan a jugar a ser profesionalmente feliz durante diez días. Sinceramente espero que los roces no nos pasen la cuenta como colectivo.

Hoy Disamis se apareció con Libros peligrosos, un volumen en el que Juan Tallón desembarca con un centenar de reseñas sobre libros que le han gustado. Estuvo torturándome un rato, pero finalmente me lo prestó. Creo que esta madrugada la dedicaré a leerlo. En las páginas que he adelantado, Tallón, con su habitual estilo agridulce, se las arregla para pasar por esos libros y dejar en mis dientes el frío rechinar que los enganchados tan bien conocemos.

Aunque siempre estuvieron ahí, mal disimuladas entre mis intentos periodísticos, las mangas largas y las horas dedicadas a Internet y los cacharros electrónicos, los tentadores llamados de Tallón me arrancaron de mi largo período de abstinencia.

Lo confieso. Mi nombre es Rafael y soy un adicto. No aguanto las ganas de leer. De leer como -Dios manda. 10, 12 horas seguidas. Apostado en la cama o en alguna butaca. Yendo a orinar con el libro en una mano y embarrándome la otra. Confundiendo el día, la tarde y la madrugada. Porque lo que verdaderamente importa está contenido en esas palabras que se suceden y son mi mejor chutazo. Gracias a la Disa y Juan Tallón, dealers queridos que me han mandado de cabeza a mi más viejo placer.

De la Feria, en materia de vivencias personales, no sé mucho. Por primera vez en 10 años no tengo dinero para comprar libros así que me ahorro la tortura y no voy a los pabellones de venta. Pabellones qué, por lo que veo en el programa, no tienen muchas cosas nuevas que mostrar.