Hasta aquí, me dije. No soporto un día más sin pasear por el Malecón, vieja costumbre adquirida hace muchos años y que reforcé cuando emigré hacia el Vedado.
Salgo dispuesto a caminar. Sin rumbo, sin destino, sin tiempo. A reencontrarme con todos esos seres entrañables y familiares: vendedores sin fortuna, pescadores de orilla, parejas felices, parejas infelices, borrachos de muro, solitarios incurables, músicos de sonrisa tan triste como el payaso de Benedetti, la inocente sensación del viento soplando en contra, retumbando en mis oídos. Leer Más