Gesualdo Bufalino
Una selección de aforismos del libro El Malpensante, de Gesualdo Bufalino, traducidos por Mario Jursich, subdirector de la magnífica revista homónima, y que recogen en la página de la publicación colombiana. De esos breviarios que sirven para cualquier cosa, y a los que acudimos siempre que queremos dárnosla de originales. 

• “La mejor forma de coger un tren es perder el anterior” (Chesterton). Lo mismo con las ideas, las ideologías.

• Sospecho una pizca de vanidad en mis arrebatos de angustia.

• No hay razón para que una idea regada con la sangre de los mártires sea menos estúpida que otra.

• Mi padre antes de morir: “Me siento como una cucaracha debajo de un zapato”.

• La palabra es una llave, pero el silencio es una ganzúa.

• ¡Loado sea don Quijote! Que supo con tanta anticipación reconocer a un furibundo gigante bajo la máscara de un inocente molino.

• No hay escritor que no se parezca a la serpiente del Edén. Sólo que a menudo la manzana está podrida.

• ¡Qué vergüenza, después de una honorable carrera de masoquista descubrir que me quiero mucho!

• ¿Es un bluff? ¿No es un bluff? Dentro de poco muero y veo.

• Muchas mujeres se visten bien, pero todas se desnudan mal.

• Los jóvenes se han comido a los viejos. En cuanto a digerirlos…

• Para distraerse de la muerte el hombre inventó la historia, es happening de un centavo.

• Tal vez sea presuntuoso, pero el espejo me calumnia.

• Ninguna pasión arde si no la alimenta, de vez en cuando, la mala fe.

• De cualquier modo, nuestro partido con la vida terminará cero a cero.

• Por un tiempo se conservan en un cajón, pero finalmente alguien bota a la basura las gafas de los viejos después de su muerte.

• Caníbal de mí mismo, me como con apetito.

• En el tren: un viejo dormido frente a mí, ochenta años de albas, tardes, lágrimas, risa, en conmovedora quietud. Con una mampara sutilísima (el sueño es verdaderamente un ejercicio de muerte) que lo separaba de la nada.

• No te olvidaré, alumnita.

• De mí sólo conozco el litoral. Ultra sunt leones.

• El pasado es mi patria.

• Antes del naufragio lanzar, con las coordenadas incorrectas, la propia minúscula botella en el mar.

• Está bien que una generación perezca para que las otras se salven. ¿Pero y si después no se salvan?

• Como todo feo, siempre he sido objeto de pasiones desinteresadas.

• Mezclar desesperación y caligrafía, agitar, servir caliente…

• ¿Por qué acerca de los temas supremos no se me ocurren sino chistes?

• Cuando no es una linterna mágica, la memoria es una película de terror.

• Los hechos son testarudos, la muerte es el más testarudo de los hechos.

• “Una oveja muerta no le teme al lobo” (proverbio turco).

• No el sueño sino el insomnio de la razón produce monstruos.

• ¿Todo gratis? ¿No se paga nada por mirarte?

• Rumiar el mal sin atreverse a cumplirlo… Así se forman las vocaciones poéticas.

• La impaciencia de Dios por publicar el mundo no deja de asombrarme. Cosas así se guardan en la gaveta para siempre.

• El traductor es con certeza el único auténtico lector de un texto. Sin duda más que cualquier crítico, tal vez más que el propio autor. Porque de un texto el crítico es solamente el fugaz pretendiente, el autor el padre y marido, mientras el traductor es el amante.

• Stop, paso y cierro, retorno a la felicidad del silencio.

• Los trenes que he perdido, los libros que no he escrito, las transeúntes que j’eusse aimées y que lo sabían… Como a todos me ha tocado una entre las mil trayectorias posibles. No descarto que haya sido la menos infeliz.

• El único consuelo en vísperas de ciertos duelos electorales entre dos candidatos es que al menos uno de los dos perderá.

• Quien abusa del propio ingenio no merece misericordia.

• Una pasión es el resultado de dos malentendidos.

• La calumnia desinteresada es, en quien la propaga, indicio inobjetable de talento literario.

• Sin embargo, un día u otro, cuando menos lo espero, cuando menos lo deseo, lloverá sobre mi corazón.

• Creía en mí como un estalinista en Stalin. Después leyó el informe Jrushov.

• Quién sabe por qué la literatura ha sido invadida por ese principio de modistas según el cual es sublime el sombrerito que se lleva este año y ridículo el de los años anteriores.

• “Un escritor no lee a los colegas: los vigila” (Jean Chapelan).

• Corazón, ¿qué esperas para tomar tus vacaciones?

• Reconversiones. Al regreso de Damasco, en el mismo punto, otro rayo, otra caída. Y todo volvió a ser como antes.

• De Orfeo a Maciste, cuántos viajes inútiles al Infierno.

• Desconfiad de los optimistas, son la claque de Dios.

• Recuerdo mal a las mujeres bellas: un rostro que deslumbra impide la observación tranquila.

• ¡Ya es desagradable un maudit, pero un aprendiz de maudit!

• Viajar dentro de una mujer como Alicia a través del espejo.

• Vivir de incógnito, como Dios.

• ¿Compromiso? Es como si me pidieran tomar partido en las carreras de caballos de Bizancio, en los tiempos de Justiniano.

• Una reseña destructiva es la base más sólida de una amistad.

• “A los veinte años todos me decían: ya verás cuando tengas cincuenta años. Ahora tengo cincuenta y no he visto nada” (Eric Satie).

• Escuchando a Mozart he aprendido a robar.

• Amplias frentes deshabitadas.

• Que se vayan las Ariadnas hilo en mano; los insoportables pájaros nictálopes, listos a horadar con los ojos la noche y a explicárnosla… Cuando lo que me gusta es nadar a ciegas en cada caldo de tiniebla; las caídas aparatosas, los ires y venires infinitos y nutritivos del laberinto.

• El pasado como fatamorgana. Transformar los recuerdos en espejismos, fábulas, sueños de fábulas.

• Las banderas: pañales para pueblos infantiles que mojan la cama. Ya que algunos mueren todavía por creer en ellas, se debería hacerlas rotar cada día, prestar, qué sé yo, el tricolor a Madagascar, a Italia la medialuna.

• El aprendiz de crítico debe ir a estudiar con los ladrones de bancos, utilizar dedos lisonjeros… Pero con los textos modernos debe carecer de escrúpulos: recurrir a la llama oxídrica, a los explosivos.

• Una bufanda a lo Isadora Duncan, una baranda, un secador de pelo encendido que se deja caer en el agua de la tina, un tubito de Gardenal disuelto en un vaso, una cuchilla de afeitar en la mano… No tengo excusas, lo podría hacer un niño.

• Amaba quitarse la corona de laureles delante del espejo y probarse una de espinas.

• Creo que se reía también el barón Casimir Dudevant, antes marido de George Sand, al pedir a Napoléon III la Legión de Honor no sólo en premio por los servicios prestados al país, sino invocando además “desgracias conyugales que conciernen a la historia”.

• Hay seres desafortunados, cuya única ambición en la vida es perfeccionar el desastre.

• Nerval antes de ahorcarse, en un papelito a su tía Labrunie: “No me esperes hoy porque la noche será negra y blanca”. Negra y blanca, así se imaginaba él la noche y la muerte. Dos colores impecables, los mismos donde la vida debió originarse cuando un rayo, deslumbrante, separó las tinieblas de la eternidad.

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