Amanecer sin Fidel. Boceto

La Habana en la mañana del 26 de noviembre de 2016. Foto: Ismario Rodríguez Pérez.
La Habana en la mañana del 26 de noviembre de 2016. Foto: Ismario Rodríguez Pérez.

Amanece. A las 7:00 am del 26 de noviembre de 2016, El Vedado está manchado por una pátina de gris húmedo y la calma de los despertares. Apenas se ven personas por las calles; en el kilómetro que camino puedo contar con los dedos la cantidad de carros con los que me cruzo. Leer Más

Tres conciertos, tres mujeres, tres países

Quiso la casualidad que el pasado fin de semana se sucedieran en La Habana tres conciertos singulares protagonizados por mujeres, una triada que sin proponérselo bien pudiera servirnos de termómetro de la escena musical cubana, y algo más. Aquí les dejo tres modestos frisos, unas instantáneas imperfectas del caleidoscopio que fue y es la música -que es decir el arte, que es decir nosotros mismos- un día de diciembre en la Cuba de 2015.

1

Concierto de Diana Fuentes. Foto: R.R/Vistar Magazine
Concierto de Diana Fuentes. Foto: R.R/Vistar Magazine

Cuando dieron las 8.30 de la noche el pasado viernes 11 de diciembre, pensé que la sala Avellaneda del Teatro Nacional se le había quedado demasiado grande a Diana Fuentes, después de tantos años de estar alejada del público cubano. Nada más lejos de la realidad. Media hora más tarde el teatro no solo estaba lleno, sino que cientos de jóvenes coreaban y vitoreaban a Diana como solo saben hacerlo los seguidores de un artista verdaderamente pop, en el mejor sentido del término. El concierto fue una confirmación de lo que ya sabemos: que Diana Fuentes es una cantante muy bien dotada, que tiene un público fiel, que su disco Planeta planetario es un compendio de temas que no acaban de cuajar, pero que a pesar de todo sabemos que ella tiene bastante que ofrecer, especialmente cuando acude a lo mejor de su repertorio.

Con un hermosa y dinámica escenografía de fondo (y un desastroso sonido del teatro), Fuentes salió en defensa de canciones de su más reciente producción, acompañada por una banda de diez músicos -incluida una prescindible sección de metales- con los que dio forma a un concierto que intentó ser sofisticado, y que en la práctica alcanzó sus momentos más destacables precisamente en los instantes que eludió el artificio. Fue en su íntima interpretación de Decirte cosas de amor, y no con Será sol o Malas lenguas, donde se vislumbró (o vislumbré) la promesa cierta de que Diana Fuentes guarda en sí un arte vivo.

2

Concierto de Olga Tañón. Foto: Alba León Infante
Concierto de Olga Tañón. Foto: Alba León Infante

Con el antecedente de un apoteósico recital en la Plaza de la Revolución de Santiago de Cuba, donde reunió más de un cuarto de millón de personas, el concierto en la Tribuna Antimperialista de la puertorriqueña Olga Tañón se anunciaba como el gran acontecimiento cultural de la semana. Y lo fue sin dudas, sobre todo si tenemos en cuenta el inusual despliegue logístico que generó; desde cierres de vías y rutas reforzadas hasta una transmisión en vivo por la televisión cubana, un suceso raro considerando la tradicional cautela de ese medio en lo que a eventos en tiempo real se refiere.

Fue un concierto espectacular, con todo el bombo y platillo que muchas veces se extraña en producciones con una calidad estética tan o más valiosas que esta, en el que la Tañón mostró sus dotes de artista curtida (y aplausos extras por cumplir su promesa de volver a Cuba y entregar sus canciones a un pueblo que la quiere como suya). En algo más de una hora, la cantante supo echarse en un bolsillo a los miles de asistentes a la Tribuna, que bailaron, cantaron y gozaron con ese montón de hits que han acompañado a la inmensa mayoría de los latinos en los últimos 20 años.

Del concierto hubo un momento, extramusical si se quiere, pero cargado de un simbolismo que me llamó poderosamente la atención. Fue ese instante en que Olga Tañón, rodeada de público mientras cantaba en una plataforma, comenzó a lanzar rosarios. Visualicen y guarden esa escena: una mediática estrella pop latinoamericana (¿norteamericana?) lanzando rosarios a los cubanos en el medio de la Tribuna Antimperialista. No creo que haya una metáfora más poderosa y efectiva de la Cuba post 17D.

3

Concierto de Haydée Milanés. Foto: Luz Escobar/14ymedio
Concierto de Haydée Milanés. Foto: Luz Escobar/14ymedio

¿Qué siente Marta Valdés cuando escucha su voz a través de otra voz? La pregunta me la hacía mientras espiaba a la compositora, sentada un par de filas detrás de mí en el concierto de Haydée Milanés. Porque tal vez muchos no se enteraron, pero en la noche del sábado, mientras Olga Tañón acaparaba todas las cámaras y micrófonos, Haydée Milanés realizó el segundo de una serie de dos conciertos para «cantar a la felicidad». Quienes pudieron asistir a alguna de las presentaciones pueden considerarse unos verdaderos elegidos; porque si hay una artista en estado de gracia en este minuto en Cuba, esa es Haydée.

Después de atravesar el fuego, después de parecer que se diluía sin encontrar su camino, Milanés retornó triunfalmente en este 2015 con una serie de alegrías que quiso compartir.

En la complicidad de ese refugio natural de lo mejor del jazz y la canción que es teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, un puñado de afortunados fue testigo de un recorrido hacia la raíz, desde temas de su disco A la felicidad, que se reeditó este año, hasta llegar a las que quizás sean sus canciones de cuna, las de su padre Pablo Milanés, al que finalmente se ha atrevido a interpretar y con el que se encuentra grabando un disco. El gran protagonista de la noche fue, por supuesto, el grandísimo Palabras, con las canciones de Marta Valdés, el que tal vez sea (con el perdón del criterio de los jurados de Cubadisco) el mejor disco publicado en Cuba este año.

Un poco de todo eso salió en las noches del viernes y el sábado, en que, acompañada por una guardia suiza difícil de superar (Enrique Plá en la batería, Jorge Reyes al bajo, Raúl Verdecia en las guitarras) y ella misma al piano, Milanés regaló uno de los conciertos más hermosos que ha vivido la ciudad en el 2015.

Parafraseando a Marta Valdés, es una dicha que los compositores hagan canciones para que Haydée las cante, para que las convierta en esa maravilla que más que música, es la vida entrando por los oídos y anidándose en el corazón.

Serenata pospuesta de Jorge Drexler para ti

Concierto de Jorge Drexler en La Habana, Cuba. Foto: Gabriel G. Bianchini / Encuentro de Voces Populares.
Foto: Gabriel G. Bianchini / Encuentro de Voces Populares.

Escribo esto por dos razones. La primera es porque olvidé coger la cámara (sorpresa, soy un desastre). La otra es porque el concierto de Jorge Drexler debió ser tuyo. Y lo fue, de alguna manera.

Cuando me acomodé en el asiento me invadió esa sensación angustiosa y familiar de ser una isla, de ver al mundo pasar y saludar y seguir de largo mientras yo permanezco. Algo de lo que solo me podrías salvar tú, porque esta noche debía ser contigo, y ni todos los amigos ni amantes del mundo podrían arreglarlo. Se sentía un poco extraño presenciar un concierto semejante sabiendo que no iba cubrirlo para nadie, por eso decidí cubrirlo para ti. Como no estabas, me tocó poner a dormir mis prejuicios y ver a Drexler con tus ojos, con tus oídos; emocionarme con las canciones que tan dentro llevas; evocar esos recuerdos que no conozco pero sé que existen porque los he visto reflejado en tus pupilas cuando lo escuchas.

Lo bueno de no tener expectativas es que puedes vivir limpiamente la experiencia de un espectáculo. Y cuando él apareció en el escenario de la sala Avellaneda y se puso a guitarrear y conversar bajo una solitaria luz cenital como si fuera un amigo de toda la vida, comencé a sospechar que esta podía ser una buena noche. Y fue así que en algún momento me descubrí tarareando esos temas que he escuchado tantas veces sin que hagan huella en mí, pero que en esta ocasión me estaban diciendo algo, como si llegaran en el instante preciso.

Me gustó Drexler, su falta de acento “uruguacho”; su sonrisa amplia, inocente; su capacidad de transmitir complicidad a un auditorio de cientos de personas. Lo hubieras amado, como al parecer lo amaron un muchacho parapléjico que –quiero pensar– llevaron al concierto porque sus melodías le hacen sentirse algo más vivo; o una chica negra que se paraba a bailar con una energía fascinante sin importarle las miradas reprobatorias de los aburridos a su alrededor.

¡Si hubieras visto lo que hizo Alexis Díaz Pimienta! Drexler lo invitó a subir al escenario para improvisar a partir de su canción Que el soneto nos tome por sorpresa, y vaya que nos sorprendió. Le bastaron un par de minutos para entrar en calor y echarse la sala en un bolsillo con su rima rápida, ocurrente, imprevista, con esa sabiduría repentista que parece cosa de otro mundo.
Fueron más de dos horas en las que no faltó ni sobró nada, en las que los temas de su último disco Bailar en la cueva compartieron con algunos de sus clásicos (sobre todo de Ecos, creo que tiene algún fetiche con ese álbum), y algún que otro placer culpable del propio Drexler. Dos horas que colmaron las expectativas de la mayoría y dejaron sembrada la semilla de las ganas de una próxima vez, como deben hacer los buenos conciertos.

Ya entrada la madrugada, en la soledad del cuarto me descubrí poniendo su música y tomando la guitarra para repasar sus tablaturas, intentando compensar lo que preciso con la mitad que tenía a mano. No te sientas mal por no haber podido estar; prometió volver, y tiene cara de ser un tipo que cumple sus promesas. Y ahí estaremos nosotros.

PS: Si quieres más detalles pregúntale a Diana, creo que lo disfrutó tanto como lo habrías disfrutado tú.

El Cañonazo 2015 VIII y final (corte del director)

Día 9 y 10

Mi última reunión en el Comité Organizador de la Feria. Esto casi se acaba. No sé por qué, pero estoy extrañamente descansado. Y eso que me acosté a la una de la mañana leyendo esas joyas en miniatura que son los poemas de Eugenio Montale reunidos en Cuaderno de cuatro años (tengo que cazar y entrevistar cuanto antes a los culpables que están detrás del maravilloso trabajo de la colección Ático). El caso es que saqué del fondo del refrigerador dos cápsulas de estimulantes, y ando fresco como turco salido del baño.

A pesar de las largas jornadas, a pesar del stress diario, a pesar del desgaste y de las consecuencias del desgaste, voy a extrañar esto. La selección de un equipo con ganas de trabajar. La planificación de una cobertura capaz de informar y reflexionar en el mínimo espacio que permiten las cuatro páginas de un pequeño periódico. El trabajo de artesanos que cada noche hacemos Tamara, Disamis y yo. Esos minutos en que me siento detrás de la comandancia del Che a mirar La Habana encenderse mientras anochece.

Ya sé que se notan mis ganas de seguir haciendo esto, pero quién carajo logra algo así en Cuba todo el año. Nos vemos del otro lado de la bahía.

 

El Cañonazo 2015 VII (corte del director)

Día 7 y 8

Estoy cansado. Tanto que tuve que empatar un día con otro en este diario, y no por falta de tiempo para escribirlo, sino por falta de ganas y tranquilidad para darle un mínimo de coherencia a mis ideas. Estos eventos intensos que demandan iguales cuotas de esfuerzos diarios se asemejan a las carreras de medio fondo en las que hay que combinar rapidez y resistencia. Y ya llegamos al último tercio, donde el cuerpo es un manojo de huesos y músculos repletos de ácido lácteo, y uno no sabe si se mueve por sus propias fuerzas o por pura inercia del organismo.

Imperceptiblemente, se han espaciado los tiempos de entrega de los textos, las revisiones de Disamis y mías se distienden, Tamara termina de diseñar cada vez más tarde. Y no se le puede echar la culpa a nadie más que al tiempo transcurrido, a la progresiva acumulación de esfuerzo que como pesas de gimnasio van sumándose a nuestras espaldas.

Hay un par de imágenes que me recuerdan nuestro derrumbe. La primera es literaria, una frase de Lemebel en Tengo miedo torero, en la que la Loca del Frente dice de su casa –y parece hablar de nosotros– que era  “algo así como un campo de batalla sembrado de vacíos restos”.

La otra imagen se me repite cada noche en La Cabaña. Pasadas las nueve, después del cañonazo, cuando ya cerraron ambas ferias –la del libro y la otra, la del todo el año, la de las baratijas y souvenirs–, frente a la Sala de Prensa donde está nuestra guerrillera redacción se arremolinan un montón de bolsas plásticas y papeles en rumoroso tropel. Las huellas de una guerra en la que somos una suerte de estetas de la muerte, armadores de barcos cadavéricos que zarpan rumbo a la mañana, sin más bendición que la de una partida de muchachos felices.